Morir luchando: “Fuimos héroes”
23/09/2021 Viral

Morir luchando: “Fuimos héroes”

Por Alejandro Karavokiris.

6

¡¿Cómo se es héroe?! ¿Se nace o se hace? ¿Es por descendencia de buena estirpe o por circunstancia? No tengo respuesta y no me interesa tenerla, sí los resultados. La historia del teatro griego, ha de encontrar un héroe en cada tragedia, leer la Poética de Aristóteles lo explica muy bien. El héroe entrega su vida siempre para mostrar el bien. Se inmola, realiza su Némesis, agoniza en su melancolía de la necesidad de un mundo mejor y se pierde en la gloria de los siglos. Todo pueblo tiene uno, basta con enumerar a los más conocidos: Hércules; Perseo; Aquiles y Eneas entre cientos.

Observemos la belleza de las apreciaciones que hace Gyorgy Luka’cs en su ensayo “Teoría de la Novela”: “Los héroes se ubican sobre el escenario como hombres vivos en medio de una masa de seres aparentemente vital, para que un destino claro emerja (…), doblándose bajo el peso de la vida”; y prosigue erigiendo al héroe por encima de la sociedad: “(…) la figura del héroe se vuelve polémica y problemática; ser un héroe ya no es la forma natural de la existencia en la esfera de la esencia, sino el acto de enaltecerse por sobre lo meramente humano”. No nos olvidemos que la figura legendaria y novelesca en los relatos folclóricos de los pueblos, hasta el límite de lo extraordinario, era en la antigüedad, una manera de enseñar a los individuos moral y civilidad (en la Argentina de no muchos años atrás, teníamos en el secundario una asignatura que se denominaba “Moral y Civismo” luego “Educación Democrática” y luego “Estudio de la realidad social Argentina”), el héroe estaba para protegerlos y luchar por ellos, así como mostrarles como había de comportarse con el prójimo. Jamás se aprovecharía del indefenso, el loco o el niño y el anciano y además, como ya expresamos, moriría por una causa justa. Ese lugar en los tiempos del cristianismo lo ocuparían los santos, beatos y samaritanos y, algo muy peligroso, los mártires.

Pero, que sucede cuando en un incidente no es una sola persona la que da la vida por una causa, cuando son muchos como un poblado. Recuerdo en el teatro a “Fuente Ovejuna” de Lope, pero en la vida real, ¿podemos explicar las causas que los motivan? Aquí ya no me pregunto la procedencia de un ser maravilloso, aquí en este punto de la crónica, estoy refiriéndome a gente común: soldados; comerciantes; artesanos; burgueses y mendigos y todos, dan lo más preciado que tienen, su vida, por un solo fin en conjunto, que lo podemos discernir históricamente, pero justificarlo en nuestro ahora no, nunca, porque la contingencia, base del existencialismo es la llave para comprenderlo. “El humanismo tiene el deber de hacerse cargo del destino de occidente” dice Faucoult y yo agrego que eso, no se consigue con la plegaria.

Ahora quiero contarles hechos; algunos muy cercanos en el tiempo, cosa que hace que reconozcamos el comportamiento de la gente ante un conflicto y lo hallemos parecido al nuestro, y por lo tanto nos hace doloroso el saber que sucedió. Esta gente que actuó ante lo inevitable, no esperó la gracia de un milagro o la venida de un héroe, que con sus poderes los aliviara del mal. Se unieron para morir luchando por su libertad y la vida de sus niños y eso, los hizo héroes.

 

Las Termópilas

Jerjes, hijo de Darío I en el año 480 a.C. con 250000 hombres quiso vengar a su padre de la ominosa derrota sufrida en la planicie de Maratón en el año 490 a. C (en lo que se llamaron las guerras Médicas) y comenzó la incursión o invasión de Europa, proyectando arrasar como primer peldaño de su ambición a Grecia. Esto lo hubiese hecho rápidamente sino fuera que por tierra, en el pequeño y angosto desfiladero de las Termópilas, 300 decididos espartanos comandados por su rey Leonidas, se les opusieron por tres sangrientos días, mientras el resto de la Grecia continental ganaba tiempo para enfrentarlos.

Cuenta las crónicas de Heródoto, que los defensores rechazaron una y otra vez la carga de más de 10000 persas y que tuvieron que luchar bajo la sombra de las flechas que les arrojaban, porque eran tantos los dardos, que en su vuelo cubrían el sol. En el tercer día perecen cercados, víctimas de un pastor traidor llamado Efialtes que le indicó a los persas un camino alternativo entre las montañas para rodearlos. Leonidas alertado de la movilización a sus espaldas del enemigo, en vez de retroceder, permanece en el puesto de lucha con lo que resta de sus hoplitas, con más vanidad que honor y más coraje que inteligencia. Antes de alinearse para el choque final, les dice a sus hombres: “Desayunen bien, porque esta noche cenaremos todos juntos en el infierno” (léase Hades).

 

La Rebelión de los Esclavos

En el año 71 a.C. en la batalla de Apulia –Italia- se encontraron los 80000 hombres, mujeres y niños libres de la rebelión de los esclavos, acaudillados por Espartaco (Tracia 113 a.C.-Lucania 71 a.C.) contra la mayor fuerza expedicionaria, que la gran maquinaria de guerra romana pudo enviar para aplacar el grito de libertad, que corrió en el transcurso de tres años por toda la península itálica. Desde el norte las legiones de Pompeyo, desde el sur Marco Licinio Craso y desde Macedonia las legiones de Licinio Lúculo, entre los tres sumaban 20 legiones o sea 120000 hombres bien pertrechados y expertos en la lucha, los cercaron. Sin esperanzas de huir y con el mar a sus espaldas, estos decididos hombres se lanzaron a campo travieso con todo lo que tenían y sabían hacer, golpear directo y profundo contra la masa que los superaba en número y armamento. Sabían que no tenían probabilidad de ganar, pero lo hicieron, no se entregaron.

Craso vendió mujeres y niños y redistribuyó a los recuperados esclavos que juraron fidelidad al águila romana y a los que no, los crucificó en número de 6000 en la Vía Apia, desde Capua (lugar en donde había comenzado el levantamiento) hasta Roma.

En la película de Stanley Kubrick protagonizada por Kirk Douglas de 1960, el final es muy emotivo. Varinia, mujer de Espartaco con su hijo de tres meses en los brazos, observa a su hombre en la cruz y le dice que había conseguido escapar y que su hijo crecerá libre, tal el sueño que habían compartido.

Masada

Una de las tantas rebeliones hebreas contra la dominación romana de Palestina y Judea, fue la de Eleazar ben Ya’ir y su grupo de Zelotes (celosos de Dios) y familias. Juntos soportaron como último bastión de libertad en la fortaleza de Masada en el año 74 d.C., el asedio de la X legión romana comandada por el propio gobernador de Judea Lucio Flavio Silva por meses. Cuando la toma de Masada era inminente, la noche anterior Eleazar en una de las cámaras de la fortaleza realizó un discurso en el cual decidió que era mejor morir con dignidad y como libres, que ser capturados en la mañana siguiente y ser vendidos como esclavos y sufrir los vejámenes del soldado romano sus mujeres e hijas. En las excavaciones arqueológicas, se hallaron restos de ánforas de barro cocido con tablillas, que se presumen contenían el nombre del que ayudaba a morir a los otros. Por sorteo fueron diez y luego sortearon entre ellos a uno que ayudó a los restantes nueve a despedirse de este mundo.

Cuando los romanos arribaron a la fortaleza con sus gritos de guerra, solo encontraron silencio. Flavio Josefo, historiador judío-romano describió así ese momento:

“Cuando allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras”

Los Cátaros de Mont Segur

Dice Stephen O´Shea –gran estudioso de los sucesos acaecidos en la Francia medieval del siglo XIII, en la región del Languedoc, que se extiende desde los Pirineos a la Provenza y en ella incluye ciudades como Tolosa, Albi, Carcasona, Carbona, Bèziers y Montpellier-, que los cátaros eran radicales en sus ideas y estaban dotados de una profunda espiritualidad; rechazaban el materialismo y trataban a las mujeres por igual-¡Desconcertante en esa época!-, aceptaban la diferencia de credo, defendían el amor libre y afirmaban que el infierno no existe. Pusieron en entredicho la autoridad de la iglesia y su concepción del bien y el mal.

Ante tal situación Inocencio III promovió una campaña bélica que, desde 1209 a 1229 sus huestes, desempeñaron con éxito el exterminio del catarismo.

Armand Amaury, un monje que dirigió la cruzada contra los cátaros en la ciudad de Bèziers el 22 de Julio de 1209, cuando sus guerreros cruzados, a punto de tomar la ciudad y hacerse de su población fueron a él para preguntarle, en busca de consejo sobre como distinguir al católico creyente del cátaro hereje. Este ordenó a voz en cuello: “¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!”. Esta locura culmina el 16 de marzo de 1244 en el sitio del castillo de Mont Segur, fortaleza solitaria situada en lo alto de un risco. Resistió heroicamente durante 10 meses hasta su rendición, más de 200 defensores, fueron conducidos a un claro nevado y allí quemados vivos.

El Asedio a Musa Dagh

A finales del siglo XIX los armenios vivían con su religiosidad cristiana, en el centro del imperio musulmán-otomano, en la región que los turcos llamaban “mielet-i-sedkika” que quiere decir: una nación fiel. A los armenios no les concedieron nunca derechos civiles y mucho menos oportunidades de progreso. Era un pueblo sumido en la despreciable subalteridad cívica-urbana y laboral-económica. En 1885 surgieron los primeros partidos nacionalistas armenios y con ellos la represión turca. Durante los años de guerra civil turca, entre el sultán Abdul Hamial y un grupo sublevado de militares llamados “los jóvenes turcos”, quienes a su vez ganaron la guerra y constituyeron un gobierno ultra nacionalista (intolerante y de moda, germen de todas las miserias); una de sus medidas fue la evacuación y posterior exterminio del pueblo armenio. Esto se puso en marcha la noche  del 23 de abril de 1915, durante la cual 600 intelectuales y cabezas de sociedad armenios, fueron asesinados en Constantinopla. El genocidio que hicieron los turcos contra el pueblo armenio no tiene explicación, porque una masacre con saña, alevosía y aventuraría con morbo y placer, no tiene forma de entrar en la razón. No hay justificación…, ni siquiera intentar la palabra.

Musa Dagh es una pequeña montaña en la costa del mar Mediterráneo, actualmente en la frontera entre Siria y Turquía. Los habitantes de seis poblados armenios se fortificaron y resistieron por 53 días los embates de las tropas turcas, cuyo solo fin era exterminarlos. La armada francesa los rescata al divisar en la montaña la frase “Cristianos en problemas”, construida con troncos en la ladera de la montaña.

El Gueto de Varsovia

Fue el reducto más grande de Europa establecido por la Alemania nazi en Polonia, en donde mantuvieron retenidos más de tres años a la población judía de Varsovia durante el transcurso de la segunda guerra mundial. Se estima que en el gueto una población de 500000 civiles fue diezmada por el hambre, las enfermedades y las deportaciones a campos de concentración y de exterminio.

Los habitantes del gueto alertados de los sucesos en los campos de concentración, recurren a la resistencia armada. Almacenan el armamento y los alimentos que pueden, merced al mercado negro y al tráfico existente entre el gueto y los residentes polacos del otro lado de la alambrada. Construyen precarios bunker en los sótanos para soportar el probable bombardeo y al noveno día de la segunda deportación masiva de judíos a los campos de la muerte, comienza la primera instancia de resistencia armada. Durante tres meses se prepararon para lo que sería la batalla final. No recibirían ayuda de nadie, estaban en medio de la guerra y no eran importantes para ningún aliado. La resistencia mayor fue sometida el 23 de abril de 1943 y hacia el 16 de mayo culminó todo.

Tras el levantamiento 56065 héroes del gueto fueron capturados, 6000 murieron en combate y 7000 fueron fusilados y los demás deportados a Treblinka.

¿Algún día no habrá más historias de estas para contar? Supongamos que yo, vecino de nuestra ciudad, tengo mi casa, mi trabajo, mis hijos y amigos, el bar donde todas las tardes tomo café, mi periódico y mi teatro, mi pequeña cuenta bancaria, mi club y mi equipo de football y mi infancia enredada en una plaza o esquina de barrio y viene alguien y me dice que en 48 horas vienen a llevarse a todos los (…) y yo no le creo. ¿Por qué creerle? ¿Por qué me van a venir a buscar? Si ésta es mi tierra, aquí pago mis impuestos, crecieron mis padres y lucharon sus batallas y soñaron su bandera. La respuesta es que esa incredulidad la crea el humanismo, los hijos generados de los actos de Prometeo. Nosotros confiamos en que no puede ser verdad que otro hijo de Abraham, Elohim, Alá, Mahoma, Dios y el universo, pronuncie la palabra: Exterminio. Es doloroso, duele pensar que no es historia sino presente.

Deseemos entonces para el prójimo, como acto de buena voluntad, larga vida y mejor resistencia.