Batakis empieza a negociar con el FMI, cumpliendo las órdenes de Cristina y tratando de conformar a Alberto. La economía se desbarranca.
Una de las escenas más notables que cruzan al cine y a la política sucede en “Desde el jardín”. El protagonista, el extraordinario Chauncey Gardiner que compone Peter Sellers, ha engañado ya a los dirigentes del Círculo Rojo estadounidense que cree que sus frases y reflexiones son fantásticas señales de sabiduría. Pero no, se trata apenas del pensamiento provocador de un jardinero extravagante que ha conocido el mundo a través de la pantalla de la televisión y se expresa solo con metáforas de jardinería.
Gardiner está ahora en un estudio de TV y uno de los periodistas más prestigiosos del país le pregunta cómo evalúa el plan económico del gobierno, que atraviesa una crisis institucional.
-¿Cuál plan?, responde Gardiner, con absoluta ingenuidad.
El periodista, y después el público en el estudio, aplauden a rabiar lo que creen que es un golpe maestro a la economía derrumbada del actual presidente. Gardiner no lo sabía, pero solo con su sincero desconocimiento, logra mostrarle a la sociedad lo que nadie se atrevía a reconocer: que no había ningún plan consistente para ponerle fin a la incertidumbre.
Cualquier similitud con la Argentina, es pura coincidencia.
Las primeras setenta y dos horas de la nueva etapa del Gobierno, a cargo ahora en exclusiva del Frente de Cristina, con el presidente Alberto Fernández en un puesto de observación del barco parecido al que los navegantes antiguos llamaban carajo, y con la ministra Silvina Batakis intentando armar algún plan de contingencia, solo disparan por ahora muy malas noticias.
La única verdad es la realidad, diría Perón. La suba del riesgo país al nivel de Rusia y Venezuela, el aumento del dólar blue y otro mucho más significativo del dólar contado con liquidación (CCL) y del dólar bolsa (MEP), mecanismos que utilizan empresarios y financistas para comprar dólares con herramientas legales.
“¿Cuál plan?”, preguntaría otra vez Chauncey Gardiner.
No hay demasiadas precisiones sobre cómo podría frenar la crisis el nuevo esquema de gobierno que Cristina controla en forma directa. Es curioso lo que afirma uno de los más sensatos colaboradores del Presidente. “Alberto fue muy claro con Silvina (Batakis); puso como condición que respete su plan económico”.
Volvemos sin remedio a la filosofía Gardiner: “¿Cuál plan?”.
Siguiendo la hipótesis de que la nueva ministra debe respetar el plan económico de Fernández, Batakis habló por videollamada con la directora del Fondo Monetario Internacional, la búlgara Kristalina Georgieva, que era tan amiga de Martín Guzmán y a quien casi ya habíamos olvidado. El diálogo fue anticipado en una crónica reveladora, que Brenda Struminger publicó en Infobae. Y confirmado luego a la prensa por la funcionaria del FMI que acordó un crédito de facilidades extendidas con la Argentina por U$S 44.000 millones hace tan solo seis meses.
“El mundo realmente está cambiando muy rápidamente, pero ella (Batakis) se comprometió con los objetivos del programa y se comprometió a trabajar constructivamente con el Fondo para lograr estos objetivos”, explicó Georgieva, muy suelta de cuerpo.
Y se arriesgó a decir más: “La ministra entiende el propósito de la disciplina fiscal y también entiende que si se quiere ayudar a los pobres, no puede ser en condiciones de inflación galopante”. Racionalidad en estado puro, según el estándar de Washington.
El resultado de la videollamada entre “La Griega” Batakis y Goergieva, un diálogo que podría convertirse en un clásico de Europa del Este, debería ser una brisa de aire fresco en medio del incendio argentino sino estuviera Cristina Kirchner de por medio. El problema son los argumentos con los que la Vicepresidenta expulsó a Guzmán del gobierno, y maniobró para bloquear a Sergio Massa impulsando la llegada de Batakis.
El principal de esos argumentos se lo explicó en detalle al Presidente en la cena del lunes en la Quinta de Olivos, y con una enjundia que no excluyó los gritos. Cristina les ha dejado en claro a Alberto Fernández, y a la flamante ministra, que deben negociar nuevos términos del acuerdo con el FMI para este segundo semestre del año poniendo la guerra en Ucrania como excusa. Entonces, hay un plan económico de Alberto, que Batakis debería respetar. Y hay otro plan económico, el de Cristina, que Batakis deberá renegociar con el Fondo Monetario.
Si Batakis tuviera la libertad de pensamiento que tenía Chauncey Gardiner, podría decirles a Alberto y a Cristina: “¿Cuál plan?”.
Mientras Batakis ensaya el aprendizaje de obedecer a Cristina y conformarlo a Alberto, la Argentina desciende por una de esas laderas que los argentinos ya conocemos de sobra. Desde que en junio pasado la empresa estatal de energía (Enarsa), que controla el kirchnerismo, salió a vender irresponsablemente bonos por 10.000 millones de pesos auto generando la corrida cambiaria que terminó con la gestión de Guzmán, el riesgo país que elabora el JP Morgan se derrumbó 700 puntos básicos.
Los economistas del banco de inversión estadounidense han evaluado, en un informe elaborado en los últimos días, que en la Argentina se están creando “las condiciones necesarias para llegar a una hiperinflación”. El mismo pronóstico lo podrían haber conseguido fatto in casa, y ahorrando un buen dinero.
Quien lo hizo fue el activista Juan Grabois, dirigente cercano al Papa Francisco. En un diálogo por radio, aseguró que fue Cristina Kirchner quien le dijo ya hace un tiempo que “estamos bailando arriba del Titanic, y en riesgo de entrar en una hiperinflación”.
Hay entonces una coincidencia del banco de inversión más respetado del planeta, la funcionaria más gravitante del gobierno (Cristina) y del activista de confianza del Papa y aliado político del kirchnerismo. La Argentina seguirá acumulando inflación y corre el riesgo dramático de deslizarse hacia el infierno de una híper. El problema es que no coinciden en el plan para evitarlo.
“¿Cuál plan?”. Siempre la certeza la tiene Chauncey Gardiner.
La política está en un cumple
Claro que quizás haya algo tan o más asombroso que la falta de una plan para frenar el descarrilamiento de la economía argentina. Se trata de los síntomas de desconexión que parecen haber entre buena parte de la dirigencia política y el resto de la Argentina que sufre los impactos dolorosos de la economía real.
En las últimas horas, hubo algunos episodios que reflejaron el estado de desesperanza que crece en algunos sectores de la sociedad, alarma que todavía no genera reacciones positivas entre los funcionarios y dirigentes, no solo del oficialismo.
– El gobernador bonaerense, Axel Kicillof, debió retirarse el miércoles del acto de juramento a la bandera de los cadetes del Servicio Penitenciario Provincial en el Estadio Único de La Plata, luego de que los familiares lo insultaran y lo abuchearan porque los habían citado a las siete de la mañana y el funcionario llegó a las 11.30. Kicillof, uno de los dirigentes con peor imagen en el país, tuvo que huir a las apuradas sin pronunciar siquiera su discurso.
– El intendente de la ciudad de Goya en Corrientes, el radical Mariano Hormaechea, anunció el pago de un bono de 6.000 pesos para los empleados municipales por “el Día del Amigo”. Sí, leyó bien. En tiempos de déficit del Estado y de críticas al populismo burdo con fondos públicos, el intendente se anotó su cuarto bono municipal en poco tiempo. Ya había dado uno navideño (más entendible), otro por el Día del Trabajador, y un tercero por el Día del Padre. Un funcionario creativo que ganó la última elección con el 68% de los votos y, seguramente, va a sumar imitadores.
– El tercer acto de desconexión política, sin dudas, sucedió en el Senado. Ni la suba del dólar, ni la remarcación de precios ni el faltante de productos en los negocios fue suficiente para que el bloque del Frente de Todos frenara su proyecto de llevar la Corte Suprema de Justicia de los actuales 5 miembros a 25. Una cantidad para calmar los temores judiciales de Cristina y darles una cuota más de poder a los gobernadores, principalmente los del peronismo.
El ambiente volcánico que recorre la Argentina desde la semana pasada hizo que, afortunadamente, varios senadores repensaran su respaldo a semejante proyecto. Al no poder sumar los votos de Adolfo Rodríguez Saá, Alberto Weretilneck, Carlos “Camau” Espínola y Marcelo Lewandowski, el bloque del Frente de Cristina desistió porque no podía conseguir el quórum para sesionar.
El hartazgo social tiene argumentos poderosos a su favor. La inflación de junio va a cortar la tendencia a la baja del último mes, y le mete combustible a la inflación anual que las consultoras empiezan a proyectar apuntando hacia el terror de los tres dígitos. En septiembre, además de renovación de bonos en pesos por más de dos billones (billones, sí), se vencen casi todos los acuerdos de paritarias y los gremios ya están presionando para renovarlos.
Habrá que poner un ojo y paños fríos en el fin de semana. Cristina ya está anunciando otro discurso político para el viernes en El Calafate, con la excusa de la inauguración de un cine teatro. Y en las redes sociales se potencia una marcha de protesta para el sábado 9 de Julio, que comenzó como un acto de productores en la ciudad bonaerense de San Nicolás, pero que con la fecha patria suma el viento a favor para que haya banderazos en varios puntos estratégicos del país. “Qué ningún político vaya a agarrar el micrófono”, advierten los organizadores. Así estamos.
“El problema es que, como dicen los chicos, la política está en un cumple”, reconoce un dirigente político que ha visto pasar demasiada agua bajo el puente de los despropósitos argentinos. Sobran los candidatos con la vista clavada en las elecciones del año próximo, y ninguno parece con el foco listo para poner en marcha algún plan de socorro que interrumpa la decadencia.
“¿Cuál plan?”, insistiría Gardiner, sin saber que su genialidad de 1980 todavía sirve para hacer un diagnóstico del país al borde de un ataque de nervios.