El milagro paranaense del Papa Juan Pablo I
13/10/2021 Opinión

El milagro paranaense del Papa Juan Pablo I

Candela Giarda tenía 10 años cuando los médicos la desahuciaron en 2011, pero acudió a la iglesia y ocurrió un milagro de la mano del Papa Juan Pablo I

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El papa Francisco abrió este miércoles el camino para la beatificación del Papa Juan Pablo I, pontífice durante 33 días en 1978, al autorizar el dictado de un decreto que reconoce como milagro atribuido a la intercesión de ese pontífice la curación de una niña oriunda de Paraná.

Según precisó el Vaticano, el milagro reconocido por el Papa se trata de la curación de una niña de 11 años, en Buenos Aires, el 23 de julio de 2011, que padecía “encefalopatía inflamatoria aguda severa, enfermedad epiléptica refractaria maligna, shock séptico” y que para entonces estaba al final de su vida. Juan Pablo I, de nombre Albino Luciani, fue Papa entre el 26 de agosto de 1978 y su inesperada muerte el 28 de septiembre de ese mismo año. El paso de este miércoles, que allana el camino a la beatificación, fue dado en el marco de una audiencia de Francisco concedió esta mañana al cardenal Marcello Semeraro, en la que autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar un decreto que reconozca ese milagro. Según se informó, la fecha de la beatificación, una vez cumplido estos pasos, será fijada por el Papa.

Con respecto al milagro, el cuadro clínico de la niña era muy grave, caracterizado por numerosas crisis epilépticas diarias y un estado séptico causado por una bronconeumonía. La iniciativa de invocar al Papa Luciani la había tomado el párroco de la parroquia a la que pertenecía el hospital, del que era muy devoto, detalló la información oficial del Vaticano.

Las protagonistas del milagro que convierte al Papa Juan Pablo I en beato de la Iglesia Católica, contaron la emocionante historia.

En 2011, Candela Giarda viajó casi 500 kilómetros en ambulancia, desde Paraná hasta la Fundación Favaloro. Tras padecer una encefalopatía grave, iba intubada. En este desdichado viaje, la acompañaban su mamá, un médico y una enfermera.
“Candela hizo una vida normal hasta los 10 años, que fue cuando se enfermó. Empezó con dolor de cabeza. Yo pensaba que era porque necesitaba anteojos. La llevé al consultorio del pediatra y del oftalmólogo, pero nadie sabía decir qué tenía, porque el único síntoma era el dolor de cabeza. A la semana, Cande comenzó a desmejorar, hasta tener vómitos y fiebre. Cuando la llevé a la guardia, me dijeron que estaba incubando un virus. Cada vez iba empeorando más, hasta que en la madrugada del 27 de marzo de 2011 la llevé al hospital pediátrico de Paraná y quedó internada en terapia. En pocas horas pasó a estar en coma, con respirador. Tenía convulsiones y probaban con distintos anticonvulsivos, pero nada funcionaba”, testimonia la mamá de Candela, que no se separó ni un minuto de su hija. Hace más de 20 años que Roxana Sosa trabaja como empleada en un casino de Paraná. Siempre vivió en Bajada Grande. Tras la sorpresiva enfermedad de su hija, la vida de esta jefa de familia de repente dio un drástico vuelco, publica Infobae.

Roxana cuenta que peregrinó por sanatorios, hospitales y distintos centros de salud de Entre Ríos, pero nadie sabía explicarle qué tenía su hija. La monitoreaban permanentemente, le hacían electroencefalogramas las 24 horas, placas todos los días, resonancias, tomografías. Nada alcanzaba para detectar en qué consistía su rara enfermedad. Incluso, cuando ingresaron a la Fundación Favaloro, no había un diagnóstico preciso. Años después, los especialistas concluyeron que la patología era FIRES (síndrome epiléptico por infección febril), una enfermedad de las consideradas raras, que afecta a una persona en un millón, casi siempre sin posibilidad de sobrevida.
“Desde que llegamos a Favaloro, Cande empeoró en vez de mejorar. No tenía expectativas de vida. Hasta me llegaron a decir que volviera a Paraná para que muriera en mi casa”, recuerda Roxana, conmocionada y con lágrimas, en la cocina de su casa. Los especialistas le decían que, si acaso sobrevivía, la niña iba a quedar en estado vegetativo, ciega.

La noche más oscura y desesperante fue la del 22 de julio de 2011, cuando la doctora Gladys la abrazó y le dijo: “No podemos hacer nada más por ella. Cande se muere esta noche”. En ese momento, Roxana decidió pasar por la iglesia a la que siempre iba a rezar, la parroquia Nuestra Señora de la Rábida, ubicada a metros de la clínica, en Buenos Aires. Allí había conocido al Padre José Dabusti, quien la contenía en esos dramáticos días. “Aquella noche entré y le pedí que fuera a verla. Cuando se acercó a la cama de Cande, rezó y me indicó que pusiese las manos arriba de ella y se la encomendó al Papa Juan Pablo I”. Aunque no sabía nada acerca del Papa, Roxana confió en lo que le proponía el sacerdote y, sin dudarlo, se aferró a él sabiendo que era el último recurso. Se quedó sola al pie de la cama de su hija, esperando que transcurrieran las horas.

Afortunadamente, el desenlace fatal nunca llegó. Unas horas después de invocar a Juan Pablo I, la niña empezó a evolucionar de manera favorable. Los médicos, las enfermeras y el personal de salud no podían acreditar lo que estaba sucediendo en ese momento. Hasta que su vida no corrió más peligro y abandonó la terapia intensiva. Menos de veinticuatro horas después de haber estado con neumonía, dura y blanca como nunca antes, comenzaba a recuperar sus capacidades vitales. Para su madre, solo hay una posible explicación: se trata de un milagro. Roxana asegura: “Los milagros existen, y yo lo vi con Cande”.
A sus 21 años, como muchos jóvenes, Candela decide vivir el presente con la liviandad típica de esa edad. Cuenta muy orgullosa que cursa una tecnicatura en Seguridad e higiene animal en la universidad, a la vez que tiene un emprendimiento de venta de miel. Siempre está rodeada de sus perros Fausto y Peter. Este último, en especial, fue un bastión importante en el proceso de recuperación. Si bien la joven atribuye su sanación a la intercesión de Juan Pablo I, no tiene recuerdos de ese momento de su vida. Prefiere hablarnos de su pasión por el deporte y de la meticulosa dieta alimentaria que lleva día a día para cuidar su cuerpo y su salud. Atrás quedaron la medicación, las terapias y la rehabilitación: En la actualidad, Candela no toma ningún medicamento. Ha superado para siempre esa etapa dramática de su vida.

El Padre José Dabusti, viajó exclusivamente desde Buenos Aires a Paraná para reencontrarse con Candela y su madre. Ante la pregunta de por qué encomendó a Candela al Papa Juan Pablo I, sostiene: “Más que devoción, yo le tengo mucho cariño a Juan Pablo I, que es un Papa desconocido”. Y agrega: “Cuando tenía 13 años, me impactaron su imagen, su sonrisa, su humildad. Dije ‘vamos a rezarle a él’ y al otro día hubo una mejoría completamente inexplicable en Candela”. Cuenta que tenía la convicción de que había que dar a conocer este milagro, pero no sabía cómo llevar adelante una causa como esta.

El Padre José le escribió una carta al Papa Francisco, en la que le contaba lo que había pasado. Se la envío a través de su hermano, que viajaba a Roma. “Mi hermano se la dio en mano. Un tiempo después, me llamaron a la parroquia desde el Vaticano. Era un obispo que me hablaba en italiano y me decía que tenía en sus manos el caso. Me dijo que hiciera un racconto de la historia y que además debía recopilar el material del caso. Desde Roma solicitaron la máxima precisión sobre la clínica y la epicrisis, con el detalle de la situación de salud de Candela, puntualmente de los cuatro días previos a que rezáramos a Juan Pablo I”, testimonia.

El exhaustivo proceso canónico siguió su curso. Una de las instancias fundamentales por las que pasó el milagro de Candela fue la de la Comisión Médica que, en este caso, dio una sentencia positiva unánime. En la siguiente instancia, los teólogos también dieron su veredicto positivo. Hace apenas unas horas, los cardenales, reunidos en Roma, reafirmaron que se trata de un milagro. Por último, el Papa Francisco ha declarado con su firma a Juan Pablo I como beato de la Iglesia. De esta manera, 43 años después de su enigmática muerte, el nombre de Albino Luciani vuelve a resonar. Esta vez lo hace camino a la santidad, gracias a un milagro sucedido en Paraná.

Un breve pontificado
Albino Luciani fue una estrella fugaz en la historia de la Iglesia Católica: por su muerte inesperada, ocupó el cargo de Papa por tan solo 33 días. Fue sepultado en medio de dudas y teorías conspirativas que aluden a la mafia italiana, la logia P2 y el Banco Vaticano. Hasta existe un mafioso que se adjudica su muerte y asegura haberla llevado a cabo por encargo de su tío, el cardenal Marcinkus.

Lo cierto es que las desprolijidades en la comunicación del final del pontífice alimentaron los distintos rumores y sospechas. Sin embargo, desterrando cualquier tipo de conjetura, la versión oficial difundida por la periodista italiana Stefania Falasca, vicepostuladora de la causa de canonización del Papa Juan Pablo I, sostiene férreamente en su libro Papa Luciani, cronaca di una morte que la defunción se produjo por infarto agudo del miocardio

 

 

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